Hace más de una década, el 33% de los británicos fumaba. La adicción al tabaco era un problema de primer orden en Reino Unido, pues superaba la media de la Unión Europea (32%) y el Gobierno era incapaz de encontrar la tecla para mitigarlo. Hoy esa cuota no supera el 17%, con una bajada drástica que sitúa al país a años luz de la media europea actual (26%). ¿Cómo lo han conseguido? Y, sobre todo, ¿qué podemos aprender de su experiencia?
La pregunta cobra especial importancia esta semana, coincidiendo con las malas noticias anunciadas por el Ministerio de Sanidad. Tres de cada diez (34%) españoles fuman cigarrillos a diario, frente al 30,8% de 2015 o el 32,8% de 2005. Un tercio ni siquiera se ha planteado dejarlo, según los últimos datos de la encuesta sobre alcohol y drogas EDADES (2017). También preocupa la edad de inicio de los nuevos fumadores (16,6 años de media), con una prevalencia cercana al 39% para los menores de 35 años.
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España fuma por encima de la media europea (26%) y ya no digamos británica (17%), o así se desprende del ‘E-cigarette Summit‘ sobre salud pública y regulación, organizado en la Royal Society de Londres este mes. «Reino Unido lo ha hecho mucho mejor que el resto de Europa» con medidas como el encarecimiento del producto, campañas gubernamentales agresivas o regulación hiperrestrictiva para el tabaco convencional, sostiene Deborah Arnott, presidenta de la organización pública ‘Action on Smoking and Health’.
Es imposible encontrar una cajetilla por menos de diez euros en Reino Unido, el cuarto país más caro para comprar tabaco por detrás de Noruega, Islandia e Irlanda. Los cigarrillos de sabores están prohibidos, los paquetes tienen tamaño reducido sin colores corporativos, logos ni espacio para las marcas (empaquetado neutro) y las imágenes para desincentivar el consumo ocupan todo el envase.
A eso se suman las incontables facultades universitarias que destinan todos sus recursos a estudiar el fenómeno y a emitir informes anuales sobre el consumo de tabaco, en estrecha colaboración con los organismos reguladores y las asociaciones científicas. «¿Cuántas universidades hacen lo mismo en España? Falta interés», critican fuentes del sector. Eso sin contar con la inversión pública en campañas de concienciación como ‘Stopover = It’s time to stop smoking in october‘ (es hora de parar de fumar en octubre).
Con todo, uno de cada siete británicos sigue fumando. Los expertos de ese país recomiendan subir los impuestos, publicar los datos de venta de las compañías tabacaleras, endurecer aún más la regulación y, no menos importante, continuar con la promoción de las alternativas al tabaco convencional, algo impensable en España. Véanse las campañas mediáticas financiadas con dinero público para que los fumadores se pasen a los cigarrillos electrónicos o al tabaco calentado.
Más vapeadores, ¿menos fumadores?
Reino Unido es uno de los pocos países que apostó con firmeza por los productos de nueva generación (NGP) o alternativas, a priori, menos dañinas que el tabaco convencional. Hoy saca pecho ante la baja ratio de adictos al cigarrillo, y lo vincula en parte al triunfo de este tipo de dispositivos, motivado por una regulación flexible. El 51% de los británicos que intentó dejar de fumar recurrió al cigarrillo electrónico, frente al 44% de los holandeses, el 29% de los griegos, el 16% de los alemanes o el 13% de los polacos. Solo el 5% de los españoles se apoyó en este sistema para desengancharse.
Los e-cigarrillos (como Vype) y los dispositivos de tabaco calentado (como iQOS o Glo) están sujetos exclusivamente al IVA en Reino Unido. A las recargas sí se les aplica un impuesto especial, pero más bajo que a las cajetillas convencionales. Cada aparato cuesta entre 40 y 90 euros, con un precio medio superior a los siete euros para las recargas en ese país. British American Tobacco (fabricante de Glo, Vype o Lucky Strike) confía en que el 50% de sus ventas proceda de los NGP en 2030, pero el camino será arduo: hoy no llegan al 5%. Ninguna de sus ‘nuevas’ marcas ha llegado a España todavía.
Los fabricantes aún no se atreven a entrar en nuestro país (salvo Philip Morris con iQOS), el Ministerio de Sanidad tampoco promueve este tipo de dispositivos y, en consecuencia, el número de vapeadores apenas supera las 473.000 personas frente a los 2,8 millones de británicos, 2,5 millones de alemanes o 1,6 millones de franceses, según los datos aportados por la Unión de Promotores y Empresarios del Vapeo (UPEV). Reino Unido incluso ha dado luz verde a proyectos piloto gestionados a través de los ayuntamientos en ciudades como Rochdale (Manchester), donde el consistorio repartió 1.000 e-cigarrillos gratuitos en las zonas más deprimidas. «El 63% de los participantes dejó el tabaco a la cuarta semana», concluye la responsable del proyecto, Kuaima Thompson.
Suecia y Noruega también apuestan por métodos alternativos que, de hecho, están prohibidos en el resto de Europa. Se trata del ‘snus’ o tabaco que se chupa, cuyo público más fiel son los hombres de entre 16 y 35 años. La mayoría de los usuarios han dejado los cigarrillos convencionales o combinan ambos sistemas, explica Karl E. Lund, portavoz del Instituto Noruego de Salud Pública. La mortalidad por cáncer de pulmón está muy por debajo de la media europea en esos países, al igual que la cuota de fumadores (5%)
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